divendres, 20 de febrer del 2009


Quiero comerme el mundo. ¿Será demasiado para mí? Últimamente tengo la impresión de que todo va a salir bien, de que si me propongo algo voy a conseguir lo que sea. Y por ello me esfuerzo. Doy cada paso como si fuera el decisivo, me muevo como el león (en realidad es una leona, pero el machismo es lo que tiene) en persecución de una gacela, rápido, con decisión. Pero pensando siempre en cómo acertar, qué es lo que debo hacer.
Que es difícil conseguir lo que quiero es algo que ya sé. Eso no me preocupa, sé que no todo el mundo puede tener todo lo que quiere. Por ello no me extraña cuando veo una piedra en el camino sino sólo cuando tropiezo. A mí no me gusta tropezar, y por ello cuando tropiezo una vez es difícil que lo vuelva a hacer. Lo peor es elegir el camino. Ahora voy lanzado, y me da igual que no haya camino. Si hace falta cruzo por los hierbajos, cuesta arriba y escalando murallas por donde sea posible.
Quisiera continuar así mucho tiempo más, pero sé que el eterno retorno me hará volver al punto mi punto normal, aquél en el que lo único que hago es ver comer a la gente, sin más. Y comerme mi plato, si es que lo hay, y esperar a las sobras. Quizá soy como el gato de Thorndike, que sólo se mueve cuando escasean los alimentos. Y se ha ido un manjar.
Quizá no tenga tanto apetito.
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